sábado, 12 de octubre de 2019

los ojos que no ven


@zetapitu















al mendigo que clama callado

sus ojos refulgentes




Esa no existencia, es algo que conozco.



Es la existencia que viven muchas personas, que viven en la calle.
Ellos están ahí y pasamos, sin mirar siquiera la mayor parte de las veces.

Están donde la mirada no los ve.
Estar en medio de un montón de gente, con la idea de que tal vez vas a morir, y nadie va a hacer nada. 


Que no cuentas.
Que no tienes palabra ni voz, ni tienes a nadie.

Es cierto que en última instancia, el paso de desencarnar, es el mismo para todos. 

Te mueres, te vas. Ya no estás.
Pero las circunstancias cambian. 
Es decir, no es tanto el que te mueras. Se trata de cómo vives. 

Nadie te ve. Nadie te mira.
Por mucho que pides, nadie va a hacer caso ni a ayudarte. 

Pese a que sientas que te mueres.
Sientes que te mueres, y la gente pasa a tu lado. Pasa de largo.

Y es duro, es difícil. ¿Y cómo hacerte a la idea de que no importa?
Ante la muerte no hay nada que nos distinga.

Pero esa es una lección que a los vivos, nos cuesta aprender.




todo está sujeto a cambio



Se trata de aprender a vivir con “esa realidad” de que todo está sujeto a cambio.

Es decir, pienso que cualquiera puede acostumbrarse, o hacerse a cualquier tipo de vida. Hay veces en que la vida, manda. Y no hay salida.

Pero si lo miras de cerca, el que se esté en una u otra situación, no estoy seguro de que dependa de uno. 
No por completo. Ni de las circunstancias.

Creo que tiene que haber un orden en la vida. 

Que el universo "debe", tener una explicación, para que un hombre viva en la calle.
Para que hayan guerras, para que hayan desgracias.

Creo que todo tiene una razón de ser.

Supongo que es algo de tipo místico porque como persona no puedo justificar que todas las cosas que se pueden llamar “malas”, tengan una razón de ser.

Si existe el mal, y no hay justificación alguna ¿por qué buscar el bien?
Yo sé que la vida no tiene una explicación, no hay motivos, no hay razón de ser. Y sin embargo, aquí estamos.

Y si estamos aquí en esta vida, tiene que ser que la vida nos quiere aquí.

Decirle eso a un vagabundo, a un mendigo. Decir que hay una razón “superior” para que esté viviendo en la calle. Viviendo de las migajas que caen de la mesa de la vida.

Es como que se podría justificar todo mal. Incluso el hecho de que a nadie le importa.






Pero esa razón de orden superior, ese “Dios”, que permite el hambre, la guerra y las enfermedades. Tiene que tener una razón. No me refiero a que tenga motivos.

No hay motivos. 
No hay una intención.
Yo no creo que el mal o la inexistencia tengan una justificación.

Pero puedo pensar que sean las circunstancias que sean, la vida es un espejo. De algún modo.

Sean las circunstancias que sean, en nuestra mirada, nuestros sentidos interpretan lo que sucede.
Me parece que eso es así. Todo lo que percibo es como es, porque lo percibo como es.


Sin embargo, no puedo mirar el escritorio en el que escribo estas lineas, y cambiarlo por otro con un simple "acto" de voluntad. 
Sin el trabajo de proceder de determinada forma.






Es decir, para conseguir un resultado, como tener un escritorio nuevo, lo que tengo es que conseguir otro distinto del que tengo.
No basta con desearlo. Hay que hacerlo. Y hay muchos modos de hacer las cosas.

Las personas suelen lograr las cosas pidiendo. Y sin embargo, hay mucha gente que pide en la calle, y no sale de la calle.

Es decir, se trata de que en la vida. Me refiero a, la voy a llamar VIDA, en mayúsculas. 
Hay circunstancias.

Pero tiene que haber una serie de matemáticas, una ley, un orden.

No digo que esa “nada “ que nos come las entrañas, no exista. 
Porque la mayor soledad es esa inexistencia. 

El no vivir. De saber que “quiero gritar y no puedo”.

Hay algo peor, se puede gritar de desesperación, y a nadie le va a importar.


Es como cuando en una calle salta una alarma de un establecimiento. De una tienda, un comercio, un negocio.

“Ya ha saltado la alarma”. Se dice.

Tal vez se preste unos minutos de atención, mientras se mira la televisión. 

Has trabajado todo el día y estás cansado, sentado en el sillón.
Escuchas, prestas atención a ver si hay movimiento  alrededor de donde suena la alarma. 

Y no dedicas mucho esfuerzo a si ha pasado algo. Es decir, no es nada que te afecte. No directamente.

Miras las noticias.
Hay guerras. Hay muchas cosas que ves y te parecen bien o mal.

        Tal vez cambias de canal y miras otra cosa.
Pero qué sucede cuando hay una guerra y no cambias de canal.
Por el simple motivo, de que todavía es pronto para ir a acostarse a dormir.






Que haya guerra o no, no importa.

Pero que nos sea indiferente lo que suceda, el adormecimiento de nuestra conciencia. Eso sí que supone una diferencia.
Tal vez no hay que cambiar nada. Pero sí que hay que cambiar nuestro estado de conciencia.




El individuo, que vive en la calle, no va a cambiar las circunstancias.
Pero puede que ese lugar “donde los ojos no te ven” tenga que ser puesto en evidencia.

Se trata de que se tiene que acudir a las ocupaciones diarias y cotidianas. 

Pero hay que ver y mirar también allí: “Donde los ojos no ven”.

Donde el pueblo no mira. Donde ni siquiera importa:

“Que quiero gritar y no puedo”.






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