domingo, 4 de agosto de 2019

vivir


“Nacemos sin traer nada, morimos sin llevar nada, y en medio, luchamos por ser dueños de algo”. -Rumi.

"Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Únicamente a través del amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos".-George Orson Welles (1915-1985).



Quería rescatar la fuente de estos dos refranes o dichos.
A veces los he escuchado en alguna versión que es un poco mezcla de ambos.
Hay que distinguir algo cuando se habla del tema que tratan.

No nacemos solos.
Eso no es así. Normalmente nacemos paridos por nuestra madre. Y es verdad que madre solo hay una. La que nos parió.
Es decir, por lo menos es bastante seguro que nos parió una madre. No siempre la identificaremos o hará la función que se considera propia de una madre.
Pero no nacemos solos.
Tal vez estas frases han ido evolucionando y mutando en otras, para develar una enseñanza.
Es cierto que en la vida nos podemos agarrar a muchas cosas. O al menos intentarlo. Pero sí que es cierto, que vamos a morir. 
Lo que tengamos en esta vida, se queda en esta vida.
Yo no sé si nos llevamos algo al morir. No tengo ese conocimiento. Tal vez haya algo que perdure.
La materia y la energía vienen a ser intercambiables. Pero seguramente se puede asegurar que de algo personal, no queda mucho.
Y sí que perdura algo. Durante un tiempo. El recuerdo.
El recuerdo de alguien que ha muerto. Y que ya no está vivo en esta Tierra en la que nos ha sido dado vivir y morir.

En realidad lo bonito de todo esto de la vida y la muerte consiste en que sentimos pena por las personas que han muerto. Sin embargo los hombres y mujeres que mueren sí que dejan un legado.
Nos brindan el ejemplo de cómo vivieron. Y tal vez también nos legan el modo en el que murieron.

El hecho de que las personas mueren y el dolor que suscita la muerte, tiene para mí en este momento un cierto trasfondo.
Parece que ya dura mucho tiempo la idea efímera y fugaz de que uno mismo está a salvo. La propia familia, alguien que me importa. El propio clan parece que había estado “sin tocar por la muerte”.

Sin embargo comienza un nuevo ciclo en el que se han abierto las puertas a que las personas que me importan vayan saliendo de lo que llamamos vida.
Ahora mismo tan solo sé que se abre esa posibilidad. El cambio.
La certeza de que todo cambia. Lo que hay o tenemos hoy, tal vez después, cambie y ya no esté.
Eso duele. El aceptar el cambio y que un día no estará... Aquel que estaba y nos indicaba con su ejemplo que había un modo de estar en la existencia.
Un modo de estar. Y un modo de irse.

Ahora tan solo queda agarrarse a una broma que nos gasta la vida y a la que cogerse.
La cuestión que no deja de ser traída por los pelos.
No tenemos la absoluta certeza de a quién le va a tocar.
Es una lotería y todos tenemos una bola dentro del bombo de ese juego, con la certeza de que vamos a morir. Tan solo sabemos que la vida gira y gira.
Un orbe suspendido en el espacio, con todas esas gentes y pueblos. Intentando.
Siempre intentando.

Y sabemos que puede pillarnos de improviso o no. Sabemos seguro que vamos a morir. Pero vivimos como que no.
Porque no se sabe cuándo. La bola dentro del bombo de esa lotería se muestra tan fugaz, que ¿Quién sabe? Tal vez resulte que somos inmortales.
Parece que vivimos como si lo fuéramos. Y que lo que hagamos no va a tener consecuencias.
Creemos en la seguridad. De vivir, y del modo en el que vivimos. En una seguridad que no es cierta.

Solemos pertenecer a un colectivo.
La vida tiene la belleza de lo incierto.
La belleza sobrecogedora de la inmensidad.

Vivimos agrupados, buscando la seguridad de la compañía. Y nos decimos que si pertenecemos a tal o cual grupo, a tal o cual asociación, si pertenecemos al clan...

Tal vez así...
Si, vivimos o morimos, no será solos. Alguien caerá con nosotros.
Pese a haber nacido paridos de una madre, y volver al polvo de la Madre Tierra. Lo que de verdad importa es que en esta vida se puede vivir, pero no en la ignorancia de lo eterno.
Lo eterno no es algo que se pueda ignorar. Aunque se puede tratar de no pensar.
La inmensidad está ahí. Frente a nosotros. En todo momento.
Y hay hombres que la enfrentan y la viven.

Y que vas a morir es seguro. Voy a morir.
No tiene tanta importancia desde el punto de vista de que no tiene mucho mérito. A la muerte no hay que llamarla. La muerte viene de todas formas.
Pero el modo en el que vives, cuenta. Tal vez. No me siento muy digno ante esa “circunstancia”.

Es duro saber que aunque se pertenezca a un colectivo, o se tenga o se sea, la cita es ineludible.
No se sabe el modo ni el momento, no con certeza.

Tal vez se trata que no podemos evitar la cuestión de que hay un margen de elección en el modo en el que vivimos.
Y aceptar que va a suceder viene bien. No hay que creer que somos inmortales.
El modo en el que vivimos y morimos. Aunque sea, aunque se trate de vivir con una cierta actitud o filosofía. 
Si se tiene una cierta consciencia de que la vida no se puede agarrar.
Eso cuenta.
Los que se han ido nos muestran un ejemplo que podemos seguir.
Mientras recordemos el ejemplo de un hombre que supo vivir y morir.
Viviendo y afrontando la inmensidad. Lo eterno. Sabemos que es posible vivir y morir. Al menos sabemos que es posible.
Un modo de vivir y morir que no es muy distinto al de cualquiera. 
Te mueres. 

     Pero sabes que tu vida es tu responsabilidad. Duele afrontar eso a veces.
Que mi vida es mi responsabilidad. Vivir conforme a eso. 
Tan solo conseguir vivir conforme a eso, sería honrar a los que se han ido.

Mientras vivimos nos debemos atener a sacar agua del pozo, cortar leña...
Y mientras ordeñamos la vaca, miramos a lo lejos, y sabemos que el cambio vendrá.





Piano: Hélène Grimaud Conductor: David Zinman



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